En la isla de «Reclamo mis unicornios» tenemos cabida todxs: aquí no hay definiciones o etiquetas; tampoco hay muros más allá de aquellos que nos imponemos a nosotros mismos. En el faro que preside la playa volcánica de la isla viven nuestros unicornios, los cuales, aunque hayan sufrido roturas, al más puro estilo Kintsugi han sido reparados creando algo único e increíble. Es hora de reclamarlos, hacerlos nuestros y conocerlos.
Somos como el agua y sus estados: todos tenemos una personalidad cambiante y evolutiva. Somos tan parecidos al agua, que es maravilloso cuando podemos fluir, adaptándonos al contorno de los acantilados que rodean la isla. Congelarnos y no dejar pasar, y decir «hasta aquí llegué» para cerrar un camino o convertirnos en un iceberg para que otros pasen y ayudarles. O incluso evaporarnos, haciendo bomba de humo, para volvernos a convertir en líquido y caer en un nuevo lugar. Cuando el agua reclama su lugar, nada ni nadie puede detenerla.
Kintsugi (金継ぎ) (en japonés: carpintería de oro) o Kintsukuroi (金繕い) (en japonés: reparación de oro) es una técnica de origen japonés para arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
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En esta era donde sufrimos presión social desde todos los ángulos, muchos hemos sentido que ya es hora de reclamar nuestra originalidad, individualidad y esencia. ¿Qué sucede cuando reclamas tus unicornios? Pues que es como si hubieras estado en una habitación oscura, enciendes la luz y te deslumbra. Todos tenemos miedo eterno a aceptar quienes somos, pero la cuestión que realmente manda aquí es la siguiente: ¿Están los demás listos para aceptarte? O quizás, ¿no estamos nosotros listos para mostrarnos a los demás tras habernos aceptado?
Siempre hemos querido encajar en las piezas del puzle… ¿Y si se trata de un concepto anticuado? Me inclino a pensar que somos puzles, compuestos de millones de piezas: No siempre vamos a encajar nuestras piezas en nuestro propio puzle, ya que estamos en constante evolución. ¿Cómo vamos entonces a encajar en otros puzles? Esas piezas son nuestros rasgos de personalidad, y como seres vivos evolucionamos y nos adaptamos a diferentes situaciones. Mucha gente critica a los individuales que nos adaptamos a cualquier situación, evolucionamos en nuestras ideas y fluimos en mayor o menor manera con las situaciones. Siempre hay dudas al respecto: ¿lo estará haciendo honestamente? ¿Quizás esté siendo poco sincero? No tiene que ser tan difícil ser como el agua: estamos compuestos por al menos un 50% de agua.
No somos falsos, no somos raros. Evolucionamos. Nos adaptamos. Reclamamos esa parte de nuestro ser, reclamamos que tenemos el derecho a evolucionar. Crecer. Aprender. Errar. Cambiar. Vivir.
Todos somos personas complejas, sin manual de instrucciones y probablemente, en algunos casos ni nosotros mismos nos conocemos. En otros, tenemos una convicción de tener un alto grado de autoconocimiento. Ambos casos son válidos y tenemos derecho a cambiar de opinión. Si no fuera así, la teoría de la evolución no tendría sentido. No somos falsos, no somos raros. Evolucionamos. Nos adaptamos. Tenemos que reclamar esa parte de nuestro ser, reclamar que tenemos el derecho a evolucionar. Crecer. Aprender. Errar. Cambiar. Vivir.
Durante mucho tiempo no fui fan de los videojuegos. Distintas razones me hicieron llegar a incluso tenerles manía, pese a ello, mantuve una mente abierta al respecto. Gracias a ello y a mi actual pareja, he descubierto que esta forma de entretenimiento puede calmar mi ansiedad, hacer que me divierta, y crear nuevas conexiones sociales. ¿Me convierte ello en alguien falso al no haberlos disfrutado antes de esta forma? Decir que sí sería injusto, ya que aquellas cosas que en un momento posterior no funcionaron, no significa que no nos vayan a funcionar ahora. Me he adaptado, y a su vez, he descubierto algo que me funciona.
Otra oda a esta situación es como Charlotte en Sex and the City, en una etapa de su vida, decide convertirse al judaísmo por amor pese a haber sido cristiana. Las cosas no salen del todo bien, y no por ello deshace todo el trabajo que realizó anteriormente. Ella, reclamó sus unicornios. Ella dijo «aquí estoy yo» y se plantó. Ella luchó. Vivimos en una sociedad donde constantemente se nos ordena lo que hacer, que tenemos que encajar, que tenemos que ser políticamente correctos y entrar en un canon pre-establecido. Basta. Ya es hora de reclamar todo ello y hacerlo nuestro.
Peces gordos emperchados, dirigiendo grandes corporaciones que ven Deadpool y lloran. Mujeres gamers y mal llamadas “frikis”, ingenieras aeroespaciales, solteras, heterosexuales y felices. No son seres raros, ogros que viven en cavernas y se alimentan de comida a domicilio. Somos como somos, y debe haber una tolerancia y espacio para la evolución, creación y aceptación. Esta sociedad donde la crítica fácil se antoja en el día a día y pasa desapercibida, tiene que ser llamada al estrado. No se trata de juzgar, si no de reclamar respeto a la diversidad. A los sentimientos y al crecimiento propio.
En mi caso en particular, siempre me he sentido vergonzoso a la hora de aceptar mi capacidad de adecuación y adaptación. De igual modo, también acepto mi inflexibilidad en otras. Conceptos contradictorios, pero que, con el tiempo, he aprendido que es algo positivo. Y es que como he desarrollado anteriormente, todos tenemos nuestros unicornios pendientes de reclamar… Son los que me hacen ser parte de esta isla, y aquí hay espacio para todos los que quieran unirse.
¿Tú también crees que somos un puzle compuestos de diferentes piezas, reclamables cuando nos dé la gana?
Espero que disfrutes de esta travesía de reclamación de unicornios (o camaleones, serpientes, leones…). Cuéntanos en los comentarios si algo ha resonado contigo, estaremos encantados de escuchar tu historia.
Fotografía de Jonathan Borba en Unsplash